En dos posts sucesivos, el blog de Gerardo Fernández, Tirando al medio, propuso ayer y hoy, discutir la situación que afecta a Florencia Peña, abiertamente enfrentada con el monopolio Clarín y sus colaterales. Participamos del debate en los comentarios del primer envío. Nuestro aporte fue generosamente destacado por el autor del blog, que lo incluyó en su segundo post sobre el tema.
Más allá de esto, nos preocupa advertir hasta qué punto la discusión en torno a las "sanciones" que el Grupo Clarín le impone a Florencia son convalidadas por muchos comentaristas. El argumento básico que esgrimen es: "Ella sabía a qué se estaba exponiendo, que no se queje ahora". Con lo cual no sólo se justifica la represalia sino que ella (la víctima) se vuelve culpable. ¿De qué cosa? Simplemente, de transgredir la norma que impone el Grupo. Exagerando, para que se entienda: Rodolfo Walsh también era conciente de a qué se exponía cuando escribió su "Carta Abierta al Gobierno Militar" y fue asesinado. ¿Fue culpable Walsh?
Es cierto, hay personas que toman riesgos, a sabiendas de que pueden ser objeto de un contragolpe de los poderosos, son valientes, y punto. Nadie va a matar a Florencia Peña pero ¿qué pasa en las cabezas de los que justifican la violencia simbólica de quienes la invisibilizan? Insistimos: aquí se puede leer una proliferación, una persistencia de aquella frase-consigna "algo habrán hecho" que convalidó la represión sistemática y el genocidio.
El "caso" Florencia Peña nos ilustra acerca de las muchas maneras de ejercer la censura en democracia: ningunear, invisibilizar, quitar la palabra. Por eso adherimos a la valiente declaración de la Asociación Argentina de Actores que puso las cosas en su justo lugar. Y también felicitamos a todos los que insisten en señalar los atropellos a nuestro derecho a la información.
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