martes, 31 de julio de 2012

Los peronistas siempre quieren dividirnos

Algunos periodistas se especializan en el reciclado de materiales en desuso para ganarse la vida. Hablamos acerca del trabajo sobre anacronismos y fósiles ideológicos que parece haberse convertido en una cantera siempre fecunda para los “articulistas de fondo” (y a la derecha) de la prensa opositora al kirchnerismo.
Por caso: el antiperonismo más rancio fue el yacimiento discursivo que Jorge Fernández Díaz saqueó para componer su bella página titulada “La guerra civil de los espíritus”, publicada el pasado domingo en “La Nación”.
Para decirlo brevemente: según el articulista, “la metodología del kirchnerismo es dividir todo”. Y enumera: organizaciones del movimiento obrero, peronismo, progresismo, socialismo, radicales, empresarios, industriales, intelectuales, periodistas, economistas, chacareros, supermercadistas chinos, hijos de desaparecidos, derechos humanos, indigenistas, gremios de base, FUA, piqueteros, comunidad judía “y hasta a los plateístas de Boca”. (Acerca de la unidad de los votantes kirchneristas expresada en el 54%, obviamente, no dijo nada).
Ahora: ¿cuál sería la “causa” que propició esas divisiones? ¿Acaso fue el retorno de la discusión política, atravesando la sociedad? Y, ¿cuál sería el problema de la polarización K y anti K? ¿Debería inquietarnos que al interior de las organizaciones de la sociedad, y aún de las familias, se expresen las diferencias, que se discutan proyectos de país? ¿El debate de las diferencias no es constitutivo de las democracias?
Fernández Díaz no opina nada sobre esta cuestión decisiva que él mismo propone. Lo que sí hace es remitirse a la historia e inventarnos un Perón anacrónicamente “herbívoro”, allá por los años 40, pero ajustado a su ficción anti K.
Y dice: Perón era un militar corporativo y nacionalista que amaba el orden y la cohesión: al menos inicialmente, separó sin querer hacerlo.” O sea, Perón encaró el proceso iniciado en 1943, su participación en el GOU, construyó su alianza con el movimiento sindical, fue detenido y liberado en 1945, y afrontó las elecciones de 1946 sin comprender cabalmente el sentido profundo de esa disputa que lo enfrentaba no sólo al embajador norteamericano, Spruille Braden, sino a los poderes fácticos dominantes y a toda la burocracia política de la época, y “separó sin querer” a los argentinos.
Y el mistificador agrega: “pero lo hizo como quien en el fondo enfrenta una fatalidad.” O sea, esa divisoria de aguas era algo no supuesto, ni previsto, ni aceptado por el propio Perón (ni por Evita, claro). Ninguna voluntad política puesta en juego, ningún proyecto de poder, ningún ánimo de pelea impulsaba al peronismo fundacional.
¿Y para qué construye Fernández Díaz esta lectura distorsiva de un Perón que rehúye el antagonismo y la inevitable división de la sociedad que supone la disputa por el poder? Para contraponerlo con el kirchnerismo, en tanto tributario de la ideología setentista y de “la política del copamiento. Que es, traducida al credo actual, "vamos por todo". Tenemos que dividir para ganar y meternos en todos lados; tenemos que dominar hasta el consorcio, decían los setentistas.”  Es decir, una lectura muy afín al “peronismo Grupo A”, con el que hoy coquetea Scioli como posible construcción política.
Por cierto, Fernández Díaz es muy leído y cumple en advertir a los lectores de “La Nación” acerca del verdadero peligro: “Todo este gigantesco error es un estigma para el neoizquierdismo peronista. Y se entronca con las nuevas teorías populistas puestas de moda por "pensadores de lo argentino" que duermen en Londres. Lo que es fáctico y fatal en Perón, es premeditado en Ernesto Laclau. Hay que partir a las sociedades. Dividir profundo, abrir zanjas, cavar trincheras, cooptar con dinero, aprovechar ambiciones, atizar odios y separar discursivamente la patria de la antipatria.” 
¿Sabrán los lectores de “La Nación” quién es Laclau. No importa, ahí tienen una versión para principiantes de derechas y también una refutación rápida: bajo el capitalismo periférico las sociedades viven sin conflicto, en paz y armonía, disfrutando del consenso hasta que aparece un “sujeto” (el kirchnerismo, por caso) que las divide, premeditadamente.
Tal vez, en estos días de furia opositora, este tipo de “intervenciones” tengan una lógica. Suceden precisamente cuando se prolonga la fiesta popular en Tecnópolis, Cristina se “peroniza” recordando el 60 aniversario de la muerte de Evita, y lanza un billete recordatorio, y anuncia que el próximo campeonato del fútbol argentino se denominará “Eva Perón”, y que la Copa que estará en juego será “Evita Capitana”.
Entonces, qué mejor para ambientarnos en este clima de indignación gorila que traer a cuento el “divisionismo” que inevitablemente generan los peronistas, los de antes y los de ahora, separando a la sociedad argentina. Lo que molesta es que las líneas de corte de esa división (la construcción del conflicto, en suma) no las traza el establishment, sino Cristina, la tan votada y amada.

domingo, 29 de julio de 2012

Entre tanto discurso gorila, Beatriz Sarlo la pifia otra vez.

Puede que se trate de una rémora, o de un prejuicio favorable que se desencanta. Lo cierto es que cuesta entender el papel, la supuesta innovación, que ofrece Beatriz Sarlo en ese haz de discursos gorilas, siempre opositores al kirchnerismo, que publica puntualmente cada día “La Nación”.
Ayer, Sarlo la emprendió con Scioli y Cristina. Y repitió el guión de lectura política que ya expresaron todos sus colegas durante la última quincena. Muy breve: Cristina auxilió a Scioli en su crisis presupuestaria porque las encuestas la condenaban y, en consecuencia, el auxilio económico sólo apuntó a “salvar la imagen del Ejecutivo nacional”.
¿Qué más, a la hora de preguntarse “qué es Scioli”? (No quién, sino qué, su valor instrumental, digamos). Poco, apenas una secuencia de afirmaciones que presumen interpretar la mirada de Cristina sobre Scioli. Hay en los artículos de Sarlo una obsesión malsana, competitiva, misógina en torno a la figura de Cristina, aunque pretenda hablar de otras cosas.
Según Sarlo: “A Scioli le va mejor que a nadie en las encuestas. Eso lo coloca en un lugar peligroso”. ¿Las encuestas de cuál consultora, realizadas cuándo, dónde, y preguntando a cuántos qué cosa? No se sabe.
Sarlo realiza una afirmación poco novedosa. Dice sobre Scioli: “No habla de la memoria ni del terrorismo de Estado. No le sale, sencillamente no es lo suyo.” ¿Por qué estos silencios debieran ser interpretados como una adhesión al gobierno nacional, comprometido en el avance de los juicios a los responsables del genocidio?
Según Sarlo: “Scioli es culturalmente de derecha.” Sería interesante que desplegara los fundamentos de esta definición, más allá de las chicanas sobre los gustos de esa “burguesa media” (Cristina). Y que profundizara esa discriminación “in/out” (tan Landrú) que culmina en: “Por ejemplo los Pimpinela, que son amigos de Scioli porque los tres son mersas.” ¿Quién opina aquí, Sarlo o Cristina?
Y sigue Sarlo, en rueda libre: “Scioli es un dirigente sin asombrosas cualidades intelectuales (como la Presidenta, por ejemplo, cree que son las suyas). Llega con un discurso simple, pobre en ideas, impreciso, repetitivo.” Dejemos de lado la referencia despectiva hacia Cristina. Las “cualidades intelectuales” de la propia Sarlo le permitieron -¡alto logro!- compartir plantilla con Luis Majul, entre otras luminarias. Lo que importa aquí, es la valoración de Sarlo sobre Scioli, la que ella misma formula sobre el gobernador, al que atribuye la “capacidad para comunicarse y, al mismo tiempo, no decir nada”. Sarlo desprecia a Scioli.
No hay mucho más en la nota, salvo elogios a la aptitud deportiva de Sciolí “corre, juega al fútbol con el equipo de Moyano o el de Macri”, (simples ejercicios “despolitizados" según ella), críticas a Mariotto (obvio, la trató mal en su visita a “6,7,8”) y elogios a Lavagna (“la única figura consular de la economía argentina”) y así siguiendo, salvo por dos incrustaciones discursivas que ornamentan el final.
Una, tan forzada como inexplicable, salvo que se ponga en juego el odio de clase como sustento posible de la ceguera. Dice Sarlo: “El perfil de Eva Perón en el edificio de Obras Públicas, cuya maqueta suele acompañar la imagen de Cristina Kirchner durante sus catequesis televisadas, es un contorno vacío. En el interior de la gigantesca silueta dibujada en negro no hay nada, porque la única imagen plena debe ser la imagen presidencial.”
Llama la atención tamaño fallo en la lectura de una imagen artística. Es un “contorno” realista, sí, una silueta compuesta de trazos. Lo “pleno” allí, en esa obra es su valor icónico, su apelación a la memoria popular del peronismo, en tanto recordatorio de Evita, la tan odiada y amada. Es obvio que Sarlo no logra deslindar la justicia del tributo a una figura histórica de los debates presentes, tan empeñada como está en atacar a Cristina, por fuera de cualquier racionalidad.
Y hay una segunda incrustación, valorativa: “Scioli quiere tener un millón de amigos. Se equivoca y no hace falta ser kirchnerista para señalar su error. La política no es sólo amor y paz, sino reconocimiento de una conflictividad ineliminable, porque en la sociedad hay intereses y reclamos que no pueden atenderse al mismo tiempo y la política consiste en darles un orden. De eso se trata la discusión, diría Cristina.

sábado, 28 de julio de 2012

Cuando al macrismo le tuercen el brazo, Clarín y La Nación dicen que “alcanzó un acuerdo”. O el falso relato de la eficiencia macrista.

Al fin, el gobierno porteño sufrió una dura derrota en torno a la discusión de sus responsabilidades luego del módico corte de suministro eléctrico aplicado por Edesur y Edenor a una serie de espacios públicos, monumentos y dependencias municipales por falta en el pago de los servicios. Un corte amenazante en su posible ampliación a todos los edificios públicos, incluido el despacho de Macri, en Bolívar 1, pero que excluía luminarias en vía pública, hospitales y escuelas.
Las prestadoras señalaron que al mes de junio se acumulaban saldos deudores superiores a los 60 millones de pesos con Edenor y Edesur por los que el Gobierno de la Ciudad fue debidamente intimado como paso previo a los cortes efectuados. Es decir, el gobierno porteño desoyó intimaciones (por incumplimientos desde el pasado diciembre) y las empresas comenzaron los cortes selectivos.
Como primera y prepotente respuesta, los funcionarios porteños "aseguraron por todos los canales que pensaban esperar los tiempos de la Justicia, lo que les auguraba un panorama largo y oscuro." Incluso la "front girl" macrista, la vicejefa María Eugenia Vidal, pretendió desviar la cuestión a la supuesta injerencia del gobierno nacional. Pero, luego, en el término de unas pocas horas, los funcionarios se sentaron dócilmente a conversar con las empresas y aceptaron pagar sus deudas en cuatro cuotas quincenales. Y además, se comprometieron a pagar mensualmente la cuenta y a abonar la tarifa completa, incluido el monto que el gobierno nacional dejó de subsidiar. Bien leído: una derrota apabullante.
Así lo consignó Télam: "En ese sentido las fuentes de Edenor y Edesur aseguraron que ‘lo importante es que la Ciudad reconoció la morosidad y saldará la deuda en cuatro cuotas durante el próximo mes’, aunque criticaron al Gobierno de la Ciudad por ‘jugar irresponsablemente con los intereses de la gente poniéndonos en la obligación de interrumpir el suministro por falta de pago’. Por último, las empresas destacaron que ‘de esta manera se reconoce la plena vigencia de la quita de subsidios a las dependencias de la Ciudad de Buenos Aires’".
Clarín tituló: "Hubo acuerdo y volvió la luz a plazas, monumentos y oficinas porteñas". La Nación, más cauta, tituló: "La Ciudad prometió pagar y volvió la luz". Pero en ningún caso se aclara que la Legislatura ya había aprobado tres semanas atrás una partida especial de 384 millones de pesos para que el gobierno de la Ciudad hiciera frente a la suba de tarifas sin subsidios. O sea: Macri llegó al corte del suministro por su incapacidad en la gestión, no por falta de recursos.
Ahora, luego de la derrota ante la realidad, Clarín y La Nación insistieron en el blindaje comunicacional. Clarín tituló: "Macri, sobre los cortes de luz: "Fue una decisión del Gobierno nacional". Y, en cadena, La Nación tituló: "Macri acusó a la Casa Rosada por los cortes de luz en Capital". (Y en este caso una perlita de "objetividad". La nota inicia: "Cristina Kirchner le apagó la luz a la Capital Federal".)
Tal como señalamos en el envío anterior, tal vez la estrategia de victimización que el macrismo esgrime a cada paso, acusando siempre al gobierno nacional como responsable de sus propias dificultades a la hora de gestionar conflictos, sea el resultado de una especulación certera acerca del sentido común dominante entre los votantes porteños.
Según esta lectura, en la percepción de los ciudadanos todos los conflictos (subtes, basura, luz) le "explotan" en última instancia al gobierno nacional, en tanto la centralidad de Cristina la convierte en única garante de la buena marcha de las cosas, incluso en la Capital. Macri sería, según esta narrativa que sostienen los medios hegemónicos, un gestor bien intencionado al que un gobierno nacional omnipresente y autoritario "no lo deja hacer" y "le pone palos en la rueda".
Puede que el vertiginoso retroceso del macrismo ante el apagón esté señalando los límites de esta estrategia de victimización. Puede suponerse que, más allá del blindaje mediático, los sondeos de opinión pública hayan detectado que el default energético por falta de pago lo dejaba muy expuesto a Macri en su desgobierno. El próximo round de esta lucha política y mediática está cantado: ¿qué hará el absentista jefe de Gobierno ante la próxima y muy anunciada crisis terminal del servicio del subterráneos?

jueves, 26 de julio de 2012

Cuando se apaga la Capital, se enciende el conflicto político. O cómo se manipula el sentimiento opositor de los porteños

Las dos empresas (Edenor y Edesur) que distribuyen la energía eléctrica en la Capital decidieron interrumpir el suministro en algunos parques y paseos de la ciudad, así como en dependencias administrativas, hasta tanto el gobierno porteño cancele la deuda con ambas prestadoras del servicio. Una medida punitoria a la que se expone cualquier usuario moroso.
Según informa Télam, el gobierno porteño adeuda 50,9 millones a Edesur y 9 millones de pesos a Edenor. Ambas empresas advirtieron que los cortes se van a profundizar en tanto el gobierno de la ciudad no ofrezca un plan concreto de pagos.
Y, ¿qué dice el gobierno porteño? En su página web reproduce declaraciones de Diego Santilli, Ministro de Ambiente y Espacio Público, quien -luego de mentar una supuesta “agenda verde” y una gaseosa “reducción del consumo energético en un 30 o un 40 por ciento”- fue al núcleo de la postura macrista, afirmando: “La Ciudad está siendo discriminada, porque tiene una tarifa diferenciada con relación al resto de las provincias”. Es decir, la victimización como estrategia en su perpetuo y marketinero litigio con el gobierno nacional.
Pero, además, Santilli recordó que este tema está sujeto actualmente a una discusión judicial a partir de una presentación impulsada a través del Ministerio de Hacienda (porteño) para reclamar que se ponga fin al perjuicio. Y aquí, la judicialización del problema, para seguir embarrando la cancha y darle largas al conflicto.
Lo único cierto es que el gobierno de Mauricio Macri se niega, desde diciembre, a pagar el monto de la facturación que hasta ese mes del año pasado cubría el gobierno nacional a través del régimen de subsidios. Simple: “El gobierno porteño no acepta la quita de subsidios”.
Ahora bien, cualquier intendente (y Macri, más allá de sus ínfulas, ocupa ese cargo) hubiera priorizado la continuidad en la prestación del servicio, cumpliendo con el pago o negociando con las empresas mientras judicializaba la cuestión, atento al impacto negativo del “apagón” en la opinión pública, especialmente entre los “vecinos” a los que siempre apela, sus votantes.
El propio ministro Santilli reconoció: “Cuando estamos hablando de luz, el ciudadano siente que la luz es parte de su seguridad; por eso hay que tener mucho cuidado con estas cosas”. ¿Y, entonces, cómo se explica este bochorno en la gestión de un conflicto?
Una hipótesis, la que dicta el sentido común: Macri es incapaz de gestionar conflictos, ya se trate de los subtes, la disposición final de los residuos o la iluminación de los espacios públicos. No sabe, no puede.
Otra hipótesis: tal vez, Macri no quiere resolver estas cuestiones. Y, ¿por qué? Respuesta tentativa: tal vez porque entiende que, en la percepción de los ciudadanos, estos conflictos (subtes, basura, luz) le “explotan” al gobierno nacional, en tanto garante en última instancia de la buena marcha de las cosas.
Algo parecido expresó ayer Edgardo Mocca, panelista de “6,7,8”, al afirmar: “Se está usando a la ciudad de Buenos Aires como plataforma para una campaña presidencial, pero de la peor manera. Porque alguien que gobierna una provincia o una ciudad, es previsible que muestre su futuro de poder administrando bien, teniendo apoyo popular a sus iniciativas, resolviendo el problema de la educación y la salud. Pero, Macri está jugando en algo que es confluir en la generación de un clima adverso al gobierno nacional. Porque en la ciudad de Buenos Aires hay un porcentaje muy importante de la gente que opina que todas estas cosas funcionan mal por culpa del gobierno nacional. Y en esa misma tesitura actúan los medios. Supongamos que el conflicto del subte no llega a un buen arreglo, que es aquello para lo que está precisamente trabajando Macri, para que no se llegue a un acuerdo razonable con los subtes. Los usuarios se van a sentir muy mal, y no estoy muy seguro de que la ciudadanía discierna, distinga y se disponga a buscar las verdaderas responsabilidades en su jefe de Gobierno.”
Es cierto lo que señala Mocca: una suerte de superposición en las responsabilidades institucionales, seguramente tributarias de la muy imperfecta autonomía de la Ciudad, que difumina las “culpas”. (Una confusión sobre la que también especula Daniel Scioli, al “mancarse” presupuestariamente).
La centralidad de Cristina en la buena/mala vida de los argentinos, su hegemonía (en tanto dirección intelectual y moral del proceso político) la expone a estas miserias de sus opositores, declarados o encubiertos.

martes, 24 de julio de 2012

Cristina, Scioli y el relato de la cadena nacional “del miedo y el desánimo”

La presidenta Cristina Fernández volvió a denunciar ayer el papel abiertamente político de la comunicación hegemónica, empeñada en desmoralizar a sus audiencias y desgastar así al gobierno. Cristina definió a los medios opositores como “la cadena nacional del miedo y el desánimo”.
Se trata, claro, de otro round en la pelea que el kirchnerismo libra contra el cerco informativo que construyen las corporaciones dominantes y sus voceros periodísticos, dedicados a imponer su propia agenda de temas y en construir relatos acerca de los conflictos que se suscitan, especialmente aquellos que afectan a la coalición gobernante.
A modo de ejemplo, en estos últimos días los periodistas de los medios opositores se ajustaron muy obedientemente a una suerte de “minuta” comunicacional muy precisa. Sin excepción, todos los “analistas” coincidieron en afirmar que la ayuda ofrecida por el gobierno nacional a la administración de la provincia de Buenos Aires para resolver la “crisis del aguinaldo” -concretada en el préstamo de 600 millones de pesos de la ANSES a la Provincia más la autorización para emitir bono de deuda por 900 millones de pesos-, fue una respuesta defensiva ante una abrupta caída en la imagen positiva de la presidenta Cristina. (Véanse los textos de Fidanza, Fontevecchia, García, Jacquelin, Morales Solá, Laborda, Kirshbaum, Van der Kooy y Aulicino, en cadena gráfica, desde el jueves pasado hasta ayer mismo).
Esto es: según el relato de la prensa gráfica opositora, el envío de una ayuda extraordinaria fue una medida exclusivamente dictada por los sondeos de las principales encuestadoras (de las cuales sólo se identifica en un articulo a la consultora Poliarquía), sondeos que eran supuestamente coincidentes en señalar que “la mayoría de la población entendía que la demora en el pago del aguinaldo de los bonaerenses, era consecuencia de una decisión de la Casa Rosada. Y en esa sintonía, reflejaban una caída de la imagen positiva de la Presidenta.”
Esta lectura intencionada también incluía otros supuestos.
Por caso, que el gobierno nacional dispone de “cajas” inagotables, en el Banco Central y en la ANSES, con fondos siempre disponibles para auxiliar a cualquier administración provincial deficitaria.
Otro supuesto implícito o velado, es que la administración encabezada por Daniel Scioli no cometió ningún error en su planificación, y que su crisis de los aguinaldos simplemente “estalló”.
Y también, que Scioli fue víctima de un engaño. Se lo habría forzado a impulsar un revalúo del impuesto inmobiliario rural con la promesa de enviarle 2.800 millones de pesos y que lo estafaron al enviarle sólo mil.
Y que esta “mezquindad” del gobierno nacional (que siempre tuvo los fondos a disposición) obedece al intento de señalar a Scioli como un mal administrador, para dañarlo en su imagen pública como futuro candidato a presidente.
La situación podría ser narrada de otro modo.
Quienes monitorean la planificación anual de la provincia de Buenos Aires habían advertido con mucha antelación que, dada la situación financiera internacional, las posibilidades de endeudarse estaban seriamente restringidas. Y que el déficit presupuestado pero no cubierto (6.000 millones de pesos) habría de evidenciarse en el mes de julio, a la hora de pagar los aguinaldos. Scioli confió en exceso en la extorsión latente que supone una crisis financiera en la provincia de Buenos Aires para el gobierno nacional. No se “sentó sobre la caja” sino que se “dejó estar” a la espera de la ayuda obligada de su hada madrina, la residente en Olivos.
Según este otro relato, Scioli se marcó la cancha solo, por su impericia a la hora de planificar un gasto público compatible con los ingresos reales y no con los soñados. Y se pegó un tiro en el pie al decidir candidatearse prematuramente a la presidencia cuando Cristina sólo había cumplido seis meses al frente del Ejecutivo nacional, lo que -previsiblemente- le otorgó otro volumen (electoral y mediático) a la discusión. Scioli hizo mal las cuentas, económicas y políticas.
Cristina respondió según su lógica: ella no endeuda al país hoy, para que mañana lo pague otro, es una buena administradora y le exige a los gobernadores ser responsables. “Los recursos no son de chicle”, dijo, al tiempo que enviaba la ayuda.
Como escribió, hace no mucho, Nicolás Casullo: “La presidenta no se equivoca cuando apunta que se trata de una disputa por los relatos”. Ayer, volvió a poner en escena el conflicto que afronta este gobierno ante las corporaciones y sus voceros. Scioli estaba sentado a su lado, escuchando. Sería bueno para este proyecto nacional, popular y democrático, que se haga cargo de esta pelea, que no es sólo discursiva.

jueves, 19 de julio de 2012

Scioli y los costos de su prematuro desafío electoral a Cristina

La falta de timing de Scioli, la que puso en evidencia al anunciar anticipadamente su candidatura a la presidencia de la Nación, sumada a su impericia para administrar la crisis financiera de Buenos Aires (la provincia), tal vez haya otorgado a la Presidenta el escenario propicio para reformular una alianza que comenzaba a resultarle gravosa, en términos políticos y presupuestarios.
La opción de Scioli por el desdoblamiento del pago del aguinaldo a los trabajadores estatales bonaerenses ante el angostamiento presupuestario, su defensa a ultranza de una política de seguridad abiertamente enfrentada con los lineamientos nacionales, así como las escenas de “fulbito” en La Ñata con los opositores Macri y Moyano (tan celebradas y difundidas por la prensa hegemónica), sus publicitados coqueteos con Roberto Lavagna, Alberto Fernández y Julio Bárbaro (entre otras viudas ficticias del aquel kirchnerismo fundante), difícilmente puedan ser interpretadas como gestos de compromiso con el proyecto que encabeza Cristina, la tan votada. Y, de allí, la necesaria reformulación de esta convivencia, tan difícil.
Scioli es esquivo a poner la cara a la hora de tomar medidas “antipáticas” para los ganadores de un ciclo de muchos años de crecimiento a tasas chinas; por caso, cobrarles impuestos. Resulta clara la requisitoria que le formuló Cristina en ese acto que compartieron a disgusto en General Rodríguez. Dijo la Presidenta: Gestionar implica “el pelear también, porque muchas veces hay que discutir cuando uno administra en nombre del pueblo; tenés que enfrentarte muchas veces con intereses, lo que no quiere decir confrontar, porque siempre hay que optar, sobre todo en economía”. Obviamente, el reclamo apuntó a reordenar “el modelo” económico bonaerense y alinearlo con la Nación.
Sucede que Scioli descubrió, de golpe, para su asombro, que no cuenta con financiamiento externo para cubrir su déficit presupuestario y, neoliberal al fin, propuso ajustar sus cuentas pegando abajo, ralentando obra pública, anticipando la jubilación de empleados estatales, desdoblando aguinaldos. Y, entonces, ¿cómo se resuelve esta disputa de visiones ideológicas y políticas entre la presidenta de la Nación y el gobernador de la provincia más importante, ambos dos legitimados por el arrollador voto popular que acompañó al FPV en octubre?
Al respecto, el ex gobernador bonaerense Felipe Solá, señaló: “Tiene que haber un acuerdo político, en el cual Scioli deberá ceder mucho”. Y agregó: “El Gobierno (nacional) ha gobernado más seriamente que Scioli por lo que “a partir de ahora, Scioli tendrá que moverse con más inteligencia de la que se ha movido. O sea, Scioli deberá reconocer los límites de su “autonomía relativa” en los marcos de un proyecto político (que conduce Cristina y él dice acompañar), sentarse y “negociar a pérdida”. ¿De qué se trata?
Desde su columna dominical en “Pagìna/12”, Horacio Verbitsky planteó una hipótesis acerca del posible resultado de esa negociación a pérdida: “Scioli va comenzando a comprender que antes de 2015 viene 2013. En ese año podría librarse del tormento de la administración y encabezar la lista de candidatos legislativos del Frente para la Victoria, con la lealtad a la presidente que proclama cada vez que se enciende una cámara y por la cual ha sido candidato a tres cargos distintos en 2003, 2007, 2009 y 2011.”
Hay otro camino, claro, para Scioli: saltar el cerco y convertirse ya en uno de los jefes de la oposición a Cristina. Así lo señaló Alejandro Horowicz: “La oposición (bonaerense) no puede respaldar a Scioli más allá del parloteo; el gobernador solicita, requiere, necesita dinero fresco. O lo genera mediante impuestos provinciales (después de todo, esa sería la retraducción práctica de la andanada discursiva presidencial) o lo recibe del Poder Ejecutivo. La oposición no puede apoyar una cosa ni lograr la otra, por tanto sigue en el limbo, carece de política propia. No es la lealtad la que le impide a Scioli invertir las alianzas, sino la dura materialidad de la política práctica. Salvo que decida inmolarse.”
Scioli, por el momento, se empeña en fugar hacia adelante, antes que inmolarse. ¿O qué otra cosa distinta supone el acuerdo a quince años con los dueños de los “bingos” para pagar el aguinaldo en la mitad de este año? En lo inmediato, suponemos, se abrirá un camino de negociación, la búsqueda de un equilibrio sustentable para la gobernabilidad kirchnerista en los próximos meses, que permita resolver la situación financiera bonaerense sin descargarla sobre los sectores populares.
Pero, además, está latente el conflicto político. ¿Cómo se compatibiliza esa impotencia en la gestión con el desafío irresponsable que formuló al adelantar la sucesión presidencial y debilitar a Cristina, señalándola tan prematuramente (saltando tantos escenarios posibles) como un “pato rengo“? Parece difícil que Scioli pueda seguir adelante en su contradictorio papel de dirigente con ambiciones presidenciales y a la vez exhibirse como un gobernador que no puede administrar su provincia sin ayuda del gobierno que encabeza Cristina. Tal vez, Scioli deberá moderar sus entusiasmos deportivos y electorales porque ningún desafío es gratuito. Nadie potencia a un opositor siempre en ciernes, a un aliado que a pesar de sus declaraciones de lealtad parece empeñado en tensar la cuerda y provocar.

jueves, 12 de julio de 2012

Cristina y su enésimo combate por el relato

La prensa hegemónica se hizo en estos días un festival comentando las dificultades (mejor dicho: la imposibilidad) que afronta la gobernación de la provincia de Buenos Aires a la hora de pagar el medio aguinaldo de los empleados públicos dependientes de la administración provincial.
Y esos medios opositores festejaron más aún cuando esta situación les permitió proponer lecturas insidiosas acerca de un supuesto “ahogo financiero” planificado desde el gobierno nacional en perjuicio del gobernador Daniel Scioli, ejercido como una suerte de disciplinamiento a este aliado que (¡faltando nada menos que tres años y medio!) anunció su candidatura a la presidencia de la Nación, en las elecciones de 2015. Se trataría, dicen, de un “castigo” a esa vocación por adelantar el relevo del “pato rengo” Cristina y no de una falla en la capacidad de administrar Buenos Aires, la provincia.
Hubo más para la comidilla de esa prensa opositora. La filtración de una grabación de los dichos de un intendente según la cual Cristina habría comentado en una reunión su deseo de destituir a Scioli. Y, después, una conferencia de prensa del gobernador quien (luego de confesar sus imposibilidades presupuestarias) afirmó haber mantenido una conversación telefónica con Cristina, quien le habría confirmado su vocación de “seguir trabajando juntos”.
Por cierto, el contenido de esa conversación telefónica entre la Presidenta y Scioli fue también objeto de especulaciones periodísticas. La mejor, lejos, fue la atribuida a un “osado” contertulio en una reunión de alcaldes. Dijo que la Presidente le respondió al Gobernador en una frase: “Lo que yo tenga que decirte, te lo digo por cadena nacional”, desmintiendo cualquier mensaje por terceros, según la oportuna crónica.
Y, así, llegaron, en este contexto de versiones, la Presidenta y el Gobernador a verse las caras en un acto celebrado ayer en el partido bonaerense de General Rodríguez, y que fue efectivamente transmitido por cadena nacional. Más allá del anuncio formal de una importante inversión extranjera orientada a la producción de maquinaria agrícola, Cristina tomó por las astas la cuestión del financiamiento de la Provincia. “Podría contarles que desde el año 2003 a la fecha, entre coparticipación y todo tipo de transferencias directas o indirectas, aplicación presupuestaria, Asignación Universal por Hijo, la Nación le ha transferido a la provincia de Buenos Aires 400 mil millones de pesos, una cifra inédita.”
Y también formuló un derrotero a cumplir: “Por eso me gusta hablar con números, a mí me gusta mucho administrar y gestionar, tuve un gran maestro para esto, que me enseñó que no hay manera de poder sobrevivir ni como político ni como empresario ni de ninguna otra manera si uno no administra y gestiona.”
Pero, además, en obvia réplica al relato de quienes la cuestionan por su talante “crispado“, dijo que esto implica “el pelear también, porque muchas veces hay que discutir cuando uno administra en nombre del pueblo; tenés que enfrentarte muchas veces con intereses, lo que no quiere decir confrontar, porque siempre hay que optar, sobre todo en economía”.
Hasta ahora, Scioli optó por hacer la plancha, por “borrarse” de todas y cada una de las peleas que emprendió el kirchnerismo ante los poderes corporativos. Se trata de un “dirigente” con aspiraciones presidenciales que, dado que gerencia “sin ideología”, ante las cuestiones decisivas que han atravesado las luchas políticas de la última década optó por “no pagar costos”.
Scioli no emite opinión ante ningún debate, no sabe, no contesta, refugiado apenas en su declarada “lealtad” hacia el proyecto inaugurado en 2003, mientras goza de un compacto blindaje mediático. Pero, hoy esa estrategia de silencio planificado se agota, en tanto la parte que le toca, la administración de la provincia de Buenos Aires, se derrumba.
Cristina aborda en público el conflicto e intenta -en disputa con ese cerco comunicacional- hacer inteligible para las mayorías las causas de este grave desorden presupuestario (y fundamentalmente distributivo) en la provincia más importante del país. Por enésima vez emprendió el combate por “el relato” que disputa con la comunicación dominante. Frente al simulacro de “gestión” apolítica que esgrime Scioli, ella “politiza”.

domingo, 8 de julio de 2012

Fontevecchia: ¿autocrítica del odio?

Jorge Fontevecchia publica en “Perfil” una editorial en la que -bienvenida la paradoja- cuestiona el nivel de aceptación que alcanzan sus propias manipulaciones de la opinión pública. Así es que aconseja a su público-objeto -“sectores de alto nivel de ingresos y educación”- que no sean tan crédulos y que moderen sus entusiasmos coyunturales por Moyano, hoy, o por Duhalde, ayer nomás, como respuestas posibles frente al kirchnerismo.
Es curioso que formule esta advertencia quien tanto ha contribuido a promover estas ilusiones. Y es muy significativo que identifique al “odio” como motor de esas preferencias equivocadas.
Su texto bien podría ser leído como una suerte de crítica del “antikirchnerismo intenso” que, cegado, acompaña cada operación de la prensa opositora. “¿Por qué les resulta especialmente verosímil la mayoría de los pronósticos negativos sobre el kirchnerismo?”, inquiere Fontevecchia.
Una pregunta interesante, dirigida (en apariencia) a esa minoría que él mismo alimenta (ese público tan crédulo) pero que en realidad puede ser interpretada como una autocrítica formulada desde la propia maquinaria de imposición cultural.
Citando en exceso, al borde del plagio, su texto reenvía a un artículo de Luis Tonelli, publicado en la revista “Debate”, y especialmente a su mención de la “inducción retrospectiva” que domina a aquellos actores que imaginan el resultado probable de un proceso político (“Cristina no pudo completar su mandato”, por caso) y actúan hoy como si ya hubiera sucedido.
Y vuelve a mentar “el odio” como un sentimiento que enturbia la comprensión de la realidad y está en la base del “pensamiento ilusorio” que termina orientando la expectativa de los opositores hacia lo que sería más placentero en lugar de lo que sería más probable.
Todo bien, hasta aquí, hasta el punto en que denuncia la obnubilación del oposicionismo bobo al Gobierno, que muta en su adhesión a partidos o dirigentes, no porque crea en sus propuestas o simpatice con ellos sino porque sólo apuesta a su capacidad de “daño”.
Donde la embarra (y se delata) es cuando postula su propio wishful thinking al anunciar que el kirchnerismo actuará especularmente: “Lo habita el mismo odio que nubla la razón de sus opositores, y el día que cambien los equilibrios de poder cometerá tantos errores como quienes hoy lo enfrentan.”
El kirchnerismo ya enfrentó equilibrios de poder adversos (nació con tan sólo el 22 por ciento de los votos, perdió la lucha contra “el campo” en 2008 y las elecciones bonaerenses en 2009), y la matriz de su convocatoria nunca fue “el odio”. Sí, el reclamo al apoyo popular a la hora de afrontar los sucesivos conflictos, identificando a los adversarios, señalando el interés de la mayorías como sustento de sus políticas, siempre en el marco de las instituciones democráticas. Está claro que, después de 2003, el odio en la política argentina no se comparte, es “gorila”, reaccionario, opositor y, a menudo, destituyente. Y es el principal combustible de la prensa canalla.

sábado, 7 de julio de 2012

Las bravatas de Moyano, Cristina da pelea y otras cuestiones

Foto: Le Monde Diplomatique, Julio 2012
En la noche del jueves, Hugo Moyano estuvo nuevamente de visita en TN, su tribuna televisiva favorita ahora, con Van der Kooy y Blanck como entrevistadores. No agregó mucho a su repertorio de críticas al Gobierno, y especialmente a la presidenta Cristina Kirchner, a quien calificó (otra vez) de “soberbia”, “autista” e “irresponsable”. Es decir, siguió cavando su trinchera sin proponer una sola alternativa más allá de la confrontación.
Un dato curioso: estimó en “más de cien mil personas” la concurrencia alcanzada por su acto. Un acto que había generado tantas expectativas en la oposición en su supuesto carácter de “inicio de la larga marcha del postkirchnerismo” y que dejó (para ellos) sabor a poco, a punto tal que ni los más entusiastas se acercaron a esa cifra. Fue flaca la masividad de la respuesta popular ante la convocatoria (si se la compara con otras marchas protagonizadas por el sindicato de camioneros), fue casi nulo el impacto del paro (la vida cotidiana siguió su curso normal) y patente el aislamiento de “Hugo” en la interna gremial, de cara a las próximas elecciones en la CGT.
La génesis de este conflicto, sus causas, se nos escapan. Tal como lo expresó Horacio González, en la edición dominical de “6,7,8”, discutiendo esta cuestión: “Yo no me alegro de lo que pasó. A mí me causa mucha sorpresa que haya pasado esto, pero no lo festejo. No me sumo a los que dicen que es funcional a tal o cual. Porque me parece que es algo desgarrador lo que ocurrió y todas las opiniones que presenta el informe revelan hasta qué punto hay un stock de oportunismo generalizado en la Argentina que se infiltra a través del paso que da Moyano, que es un paso en un punto inexplicable si no hubiera cosas que el común de los mortales desconocemos. Pero que es un paso inexplicable que anuncia formas sombrías sobre la política argentina. El paso que dio Moyano es un paso en falso que yo lamento.”
Aquí, en este blog, expresamos la expectativa de que Moyano formulara en su discurso en la Plaza lineamientos cercanos al documento de la CGT, redactado por Juan Carlos Schmid y Facundo Moyano, ofreciendo una visión de la situación del país, de los conflictos que afronta el proyecto nacional y popular, del papel de los trabajadores en esta coyuntura, y diferenciando sus críticas del discurso opositor que vehiculan los medios masivos. No lo hizo y prefirió atacar a Cristina, rozando el insulto, y estableciendo una diferencia tajante e irreversible.
Así fue señalado por Mario Wainfeld, al día siguiente del acto: “Es la política: todo paro es político, los generales o extendidos mucho más. Descalificar lo de ayer por esa redundancia es indebido. Más atinado es preguntarse si la coyuntura nacional y mundial justifica el camino irreversible que tomó Moyano. Para este cronista, el enfrentamiento es desproporcionado a las diferencias y la creciente soledad del jefe camionero refleja su representatividad política. La paradoja de reclamar “diálogo”, mientras se aísla.”
En ese marco de ideas, leímos un artículo de María Esperanza Casullo, donde se arriesga una idea provocativa: el kirchnerismo (con Néstor, antes, con Cristina, ahora) “no le teme ni le rehúye al conflicto, sino que, por el contrario, lo busca.” ¿Será así, o será tal vez que la experiencia política iniciada en 2003 se ha visto obligada a enfrentar diversos desafíos sectoriales que, luego, se convirtieron en conflictos que el kirchnerismo se esforzó en “construir” para así volverlos inteligibles mientras libraba la batalla? ¿Buscó Cristina confrontar con Moyano?
Es muy distinto no rehuir la pelea que ir a buscarla. No la vemos a Cristina con ánimo peleador, buscando por allí a quién mojar la oreja para sentirse en su salsa. La vemos, sí, con temple, con actitud para dar respuesta cuando la obligan, o cuando el avance del proyecto requiere asumir nuevos desafíos (lo que quedó claro en la disputa con el “campo” por las retenciones, con Clarín por la Ley de Medios, o con los bancos por las AFJP, o con Repsol por YPF). No como resultado del “gusto por el conflicto” sino de una vocación política que no se atemoriza cuando, en este caso, un aliado se pasa de vereda y (apañado por las corporaciones dominantes y otros aliados de ocasión, fragmentos de ese “stock de oportunistas” siempre disponible) se atreve a plantar banderas en la Plaza de Mayo, nada menos, frente a un gobierno peronista. Moyano se subió al “ring” de la política, sin haber ganado ninguna preliminar electoral. Sus créditos eran de otro orden.
Pero, más allá de la discusión acerca del ánimo peleador del kirchnerismo, y de sus dificultades a la hora de volver comprensible para el conjunto social este conflicto, Casullo señala un aspecto inédito en esta confrontación: “La puja con el FMI, la crisis del “campo” o el largo enfrentamiento con Clarín, en todos estos casos, se trataba de una disputa entre el Gobierno y sus (cambiantes) aliados de un lado y un adversario externo a su coalición del otro. Pero el conflicto con la CGT dicotomiza, por primera vez, la propia base del kirchnerismo.” Y es cierto.
Tal como opinó Ricardo Forster: “Cristina fue votada por el 55% de la sociedad, en su mayoría trabajadores. Esto implicaría una ruptura entonces entre ese sector, el que participó de la plaza, y el Gobierno. No sé si se puede hacer una transferencia inmediata. De haber elecciones, gran parte de esa plaza seguiría votando por el kirchnerismo. Esto no significa que no haya que tomar con actitud crítica lo que ha sucedido, que haya que festejar con alegría que se rompan los vínculos con un sector sindical no menor y que esa ruptura se haga bastante intempestiva.”
En el centro del relato opositor, de sus predicciones fallidas, siempre estuvo presente el anuncio del final abrupto de las relaciones con “el sindicalista Hugo Moyano”. Esta “Plaza del No” a Cristina, poblada por trabajadores, señala una pérdida, una concesión a quienes acechan, pronosticando el fracaso del proceso de transformaciones iniciado en 2003. Obviamente, Moyano leyó mal las elecciones de octubre.