Es algo que uno escuchó de la boca de su padre, y prosigue en el tiempo, cuando sale River a la cancha. Algo que uno escuchaba, más interesado en los caramelos o los panchos y en el colorido del escenario, y recién empezando a entender la lógica del juego. ¡Ahí va River!, nos decían.
Tantos años después, cuando uno aprendió (o no) a pensar por fuera de las pasiones identitarias futboleras, y ha llegado a creer que, en realidad, calentarse por el juego de la pelota no vale la pena, porque hay tantas otras cosas que importan más, mucho más. Entonces, resulta que pasa que tu equipo de toda la vida está en problemas. Resulta que pasa que River se puede ir al descenso. Y entonces, hay algo que te tira de la nuca, que te pone de pie, que te vuelve un bicho atento, y otra vez te convierte en un hincha. Resulta que volvés a ser un pibe y que otra vez sale River a la cancha y ¡ahí va! Y estás jugado. Interesado y comprometido.
Jugamos mal frente a un equipo que no quiso jugar a nada. Pero ganamos, sobre la hora. Pase largo de Carrizo, a la cabeza de Caruso, que la baja con maestría para Ortega. El Burrito la toma de pique, la levanta con el empeine, la lleva hasta el fondo de la cancha y, con su pierna menos hábil, la izquierda, tira un centro perfecto para que nuestra esperanza, nuestro adolescente goleador, Rogelio Funes Mori, convierta empujándola con la cabeza. ¡Enorme jugada! Lindo gol sobre la hora. ¡Ahí va River! Y nosotros felices, por acá.
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