martes, 31 de julio de 2012

Los peronistas siempre quieren dividirnos

Algunos periodistas se especializan en el reciclado de materiales en desuso para ganarse la vida. Hablamos acerca del trabajo sobre anacronismos y fósiles ideológicos que parece haberse convertido en una cantera siempre fecunda para los “articulistas de fondo” (y a la derecha) de la prensa opositora al kirchnerismo.
Por caso: el antiperonismo más rancio fue el yacimiento discursivo que Jorge Fernández Díaz saqueó para componer su bella página titulada “La guerra civil de los espíritus”, publicada el pasado domingo en “La Nación”.
Para decirlo brevemente: según el articulista, “la metodología del kirchnerismo es dividir todo”. Y enumera: organizaciones del movimiento obrero, peronismo, progresismo, socialismo, radicales, empresarios, industriales, intelectuales, periodistas, economistas, chacareros, supermercadistas chinos, hijos de desaparecidos, derechos humanos, indigenistas, gremios de base, FUA, piqueteros, comunidad judía “y hasta a los plateístas de Boca”. (Acerca de la unidad de los votantes kirchneristas expresada en el 54%, obviamente, no dijo nada).
Ahora: ¿cuál sería la “causa” que propició esas divisiones? ¿Acaso fue el retorno de la discusión política, atravesando la sociedad? Y, ¿cuál sería el problema de la polarización K y anti K? ¿Debería inquietarnos que al interior de las organizaciones de la sociedad, y aún de las familias, se expresen las diferencias, que se discutan proyectos de país? ¿El debate de las diferencias no es constitutivo de las democracias?
Fernández Díaz no opina nada sobre esta cuestión decisiva que él mismo propone. Lo que sí hace es remitirse a la historia e inventarnos un Perón anacrónicamente “herbívoro”, allá por los años 40, pero ajustado a su ficción anti K.
Y dice: Perón era un militar corporativo y nacionalista que amaba el orden y la cohesión: al menos inicialmente, separó sin querer hacerlo.” O sea, Perón encaró el proceso iniciado en 1943, su participación en el GOU, construyó su alianza con el movimiento sindical, fue detenido y liberado en 1945, y afrontó las elecciones de 1946 sin comprender cabalmente el sentido profundo de esa disputa que lo enfrentaba no sólo al embajador norteamericano, Spruille Braden, sino a los poderes fácticos dominantes y a toda la burocracia política de la época, y “separó sin querer” a los argentinos.
Y el mistificador agrega: “pero lo hizo como quien en el fondo enfrenta una fatalidad.” O sea, esa divisoria de aguas era algo no supuesto, ni previsto, ni aceptado por el propio Perón (ni por Evita, claro). Ninguna voluntad política puesta en juego, ningún proyecto de poder, ningún ánimo de pelea impulsaba al peronismo fundacional.
¿Y para qué construye Fernández Díaz esta lectura distorsiva de un Perón que rehúye el antagonismo y la inevitable división de la sociedad que supone la disputa por el poder? Para contraponerlo con el kirchnerismo, en tanto tributario de la ideología setentista y de “la política del copamiento. Que es, traducida al credo actual, "vamos por todo". Tenemos que dividir para ganar y meternos en todos lados; tenemos que dominar hasta el consorcio, decían los setentistas.”  Es decir, una lectura muy afín al “peronismo Grupo A”, con el que hoy coquetea Scioli como posible construcción política.
Por cierto, Fernández Díaz es muy leído y cumple en advertir a los lectores de “La Nación” acerca del verdadero peligro: “Todo este gigantesco error es un estigma para el neoizquierdismo peronista. Y se entronca con las nuevas teorías populistas puestas de moda por "pensadores de lo argentino" que duermen en Londres. Lo que es fáctico y fatal en Perón, es premeditado en Ernesto Laclau. Hay que partir a las sociedades. Dividir profundo, abrir zanjas, cavar trincheras, cooptar con dinero, aprovechar ambiciones, atizar odios y separar discursivamente la patria de la antipatria.” 
¿Sabrán los lectores de “La Nación” quién es Laclau. No importa, ahí tienen una versión para principiantes de derechas y también una refutación rápida: bajo el capitalismo periférico las sociedades viven sin conflicto, en paz y armonía, disfrutando del consenso hasta que aparece un “sujeto” (el kirchnerismo, por caso) que las divide, premeditadamente.
Tal vez, en estos días de furia opositora, este tipo de “intervenciones” tengan una lógica. Suceden precisamente cuando se prolonga la fiesta popular en Tecnópolis, Cristina se “peroniza” recordando el 60 aniversario de la muerte de Evita, y lanza un billete recordatorio, y anuncia que el próximo campeonato del fútbol argentino se denominará “Eva Perón”, y que la Copa que estará en juego será “Evita Capitana”.
Entonces, qué mejor para ambientarnos en este clima de indignación gorila que traer a cuento el “divisionismo” que inevitablemente generan los peronistas, los de antes y los de ahora, separando a la sociedad argentina. Lo que molesta es que las líneas de corte de esa división (la construcción del conflicto, en suma) no las traza el establishment, sino Cristina, la tan votada y amada.

2 comentarios:

Ricardo dijo...

Muy buena lectura.
El propósito sigue siendo el mismo para el cual diseñaron (o impulsaron/sustentaron) el peronismo federal. Aquello mismo que sostenía Fidanza a principios del año pasado, cuando hablaba de una arquitectura peronista delineada como una casa de dos pisos en la que el piso superior era alquilado por el peronismo permanente al usufructuario de turno (en este caso la horda de vándalos K). El propósito claro es divorciar al kirchnerismo del peronismo y convertirlo en lo que siempre pretendieron que fuera luego de la jugosa experiencia peronista-menemista: una excepción.

Abrazo.

A.C.Sanín dijo...

Gracias, Ricardo.
Es muy insistente el esfuerzo por instalar ese divorcio, aún cayendo en el ridículo de presentar al Perón del 45 como un dirigente que ignoraba la profundidad del conflicto en que se embarcaba al confrontar con el establishment de la época e ignorante de la división que provocaban sus políticas. Los kirchner (“que no son peronistas”) sólo procuran la división porque está en su naturaleza, por su ánimo peleador, autoritario, refractario al consenso republicano y demás. Todo lo contrario al estilo Scioli, siempre dispuesto a conciliar por derechas, como debe ser.
Un abrazo.