viernes, 28 de septiembre de 2012

Ignacio Fidanza y el optimismo acerca del porvenir de la guerrilla cacerola

La primavera, tanto como las cacerolas, han llegado para quedarse entre nosotros por algún tiempo, que se medirá en semanas. Y, tal vez, se vuelvan pasado cuando llegue el verano y (después de la eclosión del 7D, cuando “Clarìn” se ajuste a la ley, claro) los “indignados” argentinos emprendan viaje hacia alguna playa. ¿Tendrán dólares? ¿Buen tiempo o lluvias? ¿Tendrán noticias? ¿Tendrán TN? No se sabe.
Lo cierto es que la manifestación del pasado jueves 13 brindó una materia maleable para la prensa opositora, tan necesitada de construir “acontecimientos” que socaven la sólida prevalencia electoral y hegemonía política del kirchnerismo. Y así esa prensa editorializa acerca de ese “ánimo” opositor (¿destituyente?) y aspira a construir en los medios una suerte de “insurgencia” social anti K, al parecer en ascenso e incontrolable. Una visión optimista de la derecha.
Todo sirve. Un minúsculo grupo protestando en el domicilio del juez Oyarbide, un centenar en Nueva York repudiando la visita de Cristina e, inclusive, ¡30 personas! ante la casa del secretario Guillermo Moreno. Todo suma a la hora de construir un clima de contestación social generalizada ante el Gobierno democrático.
Por ese camino avanza Fidanza, Ignacio, quien más rápido que despacio saluda a este “nuevo actor político”, la cacerola, “que busca equilibrar el sistema desde afuera”. O sea, dice que la cacerola procura oponerse por fuera del sistema de partidos y contrapesar la dominancia K. Ahora bien: más allá de los medios de comunicación opositores, ¿cuál sería la polea de transmisión de sus quejas airadas? ¿Si no hay partido que se presente a elecciones vehiculando sus demandas, a dónde marchan las marchas cacerolas? ¿A quién interrogan sus algaradas callejeras, sus gritos, carteles e insultos? ¿Al Gobierno o a la oposición?
Según Fidanza, el desafío cacerola sólo atañe al oficialismo: “El gobierno tiene hoy amartillada sobre su humanidad la convocatoria a un nuevo cacerolazo para el 8 de Noviembre en el Obelisco. Mientras intermitente, todo su dispositivo de poder, sufre microcacerolazos aquí y allá. Como sea, la cita del mes próximo puede terminar en un mitín deslucido de un puñado de resentidos o reventar las calles con multitudes semejantes o acaso superiores a las del reciente cacerolazo.”
¿Un Gobierno acorralado, una pistola sobre su humanidad, o en la cabeza? ¿Una luz cegadora, un disparo de nieve? ¿No será mucho? Recordemos a las entusiastas capas medias que acompañaron a Blumberg y a Biolcatti, y a sus débiles efectos de largo plazo sobre los resultados electorales posteriores para moderar tanto entusiasmo opositor.
Como bien señalan Mariano Montes y Javier Caches: “Sin organización que los contenga, la movilización ciudadana y la ocupación del espacio público puede ser una experiencia estimulante (sobre todo para los sectores sin tradición política previa, como parecerían ser aquellos que se manifestaron), pero no pasa de ser una expresión espasmódica. En otras palabras, cuando la gente vuelve a su casa, lo que quedan son los partidos.”
El intento de Fidanza es otorgarle al cacareo de los cacerolas una “voz” unificada, un mensaje claro. Y dice que dijeron: Inflación, Inseguridad, Colapso del transporte público.” Mentira: los testimonios obtenidos por las cámaras de los programas televisivos (“6,7,8”, “CQC“, “La cornisa“) que (a diferencia de “TN”) les dieron la palabra a los manifestantes, no registraron esos reclamos. Ninguno mencionó la inflación, ni el transporte público, y sólo tangencialmente se refirieron a la “inseguridad”.
Marchaban por otra cosa, por la expresión de un odio visceral ante el Gobierno, la “diktadura”, culpable de la restricción a sus privilegios, especialmente porque les cobra impuestos, e impone límites a la compra de dólares, tanto para atesorar como para viajar al exterior. Y hablaban, confusamente, de la falta de una representación que les permita intervenir en la discusión acerca de la conducción política del Estado. Y, claro, de sus “gastos” para mitigar la inequidad, la Asignación Universal por Hijo, por caso. Y su propuesta antipolítica era, sencillamente, “el golpe”. “Que se vaya la Yegua”, así nomás, sin elecciones.
Acerca de la gravedad de estas enunciaciones antidemocráticas Fidanza guarda silencio, porque consignarlas no le sirve a su propósito de encubrir la orfandad representativa de la movilización cacerola. Una falta de conducción, de liderazgo, que según él la volvería aún más amenazante. Dice: “Lo grave -para el kirchnerismo- es que se trata de un proceso que transcurre por fuera de sus designios y peor aún, sobre el que tiene una casi nula capacidad de intervención ¿A quién ir a buscar para ofrecer qué?”.
A la marcha cacerola, a la que se expresó en las calles, a esa manifestación de personas indignadas, el kirchnerismo no debe “intervenirlas” ni “ofrecerles” nada. ¿Son opositores al Gobierno democrático? Es su tarea organizarse en torno a alguna expresión política existente o generar una nueva. (Salvo que quieran precipitar un “golpe en defensa de la democracia”, como dijo algún cacerola lúcido y bocón.)
Ante la falta de representación política de la cacerola, la pelota está en la cancha del PRO, el partido de Mauricio Macri, el “gran ausente”, que no se hace cargo de aquello que promueve, junto con el Grupo Clarín: el odio, el revanchismo social. Son ellos, Clarín y el PRO, quienes buscan torcer la voluntad expresada por la vía electoral en octubre. La presidenta Cristina no les impide expresarse en las calles. Los escucha cuando la insultan, a ella y a la democracia. Y los invita a presentarse a elecciones presidenciales, si se animan, Mauricio o Magnetto, ¿por qué no?

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