martes, 29 de octubre de 2013

Esperando a Cristina. Crisis de conducción y debate anticipado del 2015. ¿Hubo voto castigo en la elección bonaerense? ¿Y quién salió más golpeado?

¿Y qué hacemos con la falta de Cristina? Para la oposición de todos los pelajes y colores, tanto para la tradicional muy gorila como también para la fracción que se presenta como “arrepentida K”, la enfermedad de la Presidenta constituyó una “circunstancia” supuestamente favorable para el Gobierno nacional.
Según esta interpretación, la hematoma le proporcionó a la presidenta Cristina una excusa para ocultarse, una estrategia para “salir de escena” y no asumir en público el costo del resultado electoral. Dijo Beatriz Sarlo: esa dispensa que se traduce en “ocultamiento” constituye el “beneficio secundario” de la enfermedad. Y, además, desde la oposición aducen que en la recuperación del voto del kirchnerismo a nivel nacional (el FPV y aliados sumaron casi un millón y medio de votos respecto de las Paso) también se verificó el efecto de cierta difusa solidaridad ante su situación.
Lo que no se dice es, muy en contrario de estas versiones, cuánto padeció el proyecto K la ausencia de Cristina en estas lides electorales. Ella no estuvo conduciendo para interferir y reorientar algunas decisiones equivocadas en la reciente campaña. Por caso, las respuestas ante el affaire al que fue sometido Juan Cabandié. Como explicó Artemio López: “La verdad es que yo nunca vi a Néstor ni a Cristina ir a pedir disculpas por no satisfacer lo que demandan los diarios. Es una mala estrategia de campaña. Un mamarracho que Cristina no habría permitido.” Y, en relación con la campaña bonaerense, Horacio Verbitsky señaló: La combinación desatinada de propuestas de mano dura y frivolidad no es la oferta que espera la base social del kirchnerismo, en cuyo calendario de celebraciones no hay lugar para Halloween. De estos errores también se nutre el resistible ascenso del intendente de Tigre, en una noche de brujas autoinfligida.”
Fue muy gravoso para el kirchnerismo afrontar una elección decisiva sin su principal figura, sin Cristina, la única dirigente que sintetiza (como hubiera dicho Néstor) la diversidad K, tan potente en tanto unida, pero que se fragmenta y debilita ante la ausencia de una conducción firme. Pero, además, el oficialismo perdió en esta pelea a su principal comunicador, su voz más potente y clara, la más autorizada, la más popular y querida, la única voz que logra quebrar el cerco comunicacional y habla a todos los argentinos. Algo decisivo para una fuerza política que compite en los 24 distritos del país.
Obviamente, el principal dato de esta elección es la nueva composición de las cámaras en el Congreso. El Gobierno no retrocedió en su representación parlamentaria y logra mantener la iniciativa legislativa y, por ende, puede también bloquear proyectos destituyentes. Una cuestión decisiva. 
Pero, hay otro dato que configura la discusión en torno a 2015, y es el abultado resultado en la Provincia de Buenos Aires. ¿Hubo voto castigo allí? ¿Y quién fue el señalado en la reprimenda, el gobierno nacional o el provincial? ¿Cómo deben evaluar esa derrota en el pincipal distrito electoral la Presidenta y el gobernador Daniel Scioli? No es, tampoco, una cuestión menor.

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